martes, 20 de noviembre de 2012

El Concilio Vaticano II la Iglesia durante la Guerra Fría

http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9161294


Los 50 años del Concilio Vaticano II

POSTEANDOBernardo Barranco




Juan XXIII, un papa anciano de cuna campesina fue elegido en 1958 como un pontífice de transición. El también llamado “Papa bueno” convoca sorpresivamente la realización de un concilio ecuménico ante el azoro y oposición de muchos miembros de su propia curia. El Concilio se lleva cabo en cuatro sesiones de 1962 a 1965.
Estamos en la década luminosa de los 60’s, de los milagros económicos europeos que avizoraban un futuro promisorio. En la sesión solemne de inauguración, mediáticamente espectacular, se respiraba una atmósfera de renovación. La Iglesia se abre a dialogar con el mundo moderno secular y laico. De gran impacto en el universo católico, los polvos imperiales de la Iglesia son sacudidos por un nuevo espíritu renovador de apertura hacia una estructura menos jerarquizada; se dio más libertad a la reflexión e innovación teológica.
Las reformas litúrgicas, abandono de la misa en latín, son un signo visible de una Iglesia que se sacude un pasado plagado de petrificación. Si bien el Concilio fue una apertura a la modernidad, especialmente europea, la recepción latinoamericana es de enormes consecuencias.
Los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín, Colombia, en 1968, van más allá del Concilio; en medio de las dictaduras militares de la época proclaman justicia social, respeto a derechos humanos y la opción preferencial por los pobres. Esta “tempestad de novedades”, búsqueda y respuestas, ensayo y error no llegó a durar 10 años. Las cúpulas de la Iglesia sienten amenazada la identidad de la Iglesia y disciplina de todo el cuerpo eclesial.
Se inicia lo que el teólogo brasileño Joao Baptista Libanio llamó un periodo de “triangen”, es decir, una fase de separar las experiencias consideradas válidas de aquellas consideras nocivas a su vitalidad. Y se cierra el espacio a las innovaciones. Se prohíben nuevos ensayos para concentrarse en el discernimiento, es la vuelta a la gran disciplina.
Durante el pontificado de Juan Pablo II se regresa a la ortodoxia y a la autoridad del magisterio, a la centralidad en un proceso de encuadramiento. Es el fin del progresismo católico y a toda euforia aperturista. Bajo Juan Pablo II (1979-2005), desde Roma se determinan nuevos equilibrios internos, llamado por el Giancarlo Zízola: restauración.
Esta es la postura del actual Papa Benedicto XVI, quien en entrevista con Victor Messori (“Rapporto sulla fede”, 1985), Ratzinger dice: “si por restauración entendemos la búsqueda de un nuevo equilibrio después de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, después de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agnóstico ateo, entonces esta restauración es deseable y, de hecho, ya se está dando”
A 50 años, el Concilio Vaticano II se presenta como un ensayo fallido. La Iglesia se ha vuelto a cerrar y a condenar los valores y los principio de la sociedad moderna contemporánea. Ha politizado la disputa de la moral en la sociedad, debatiendo temas como aborto, homosexualidad, feminismo, nuevas parejas, eutanasia, control natal, laicismo, libertad religiosa, etc. Sin embargo, la Iglesia se ha venido relegando, la caída del número de católicos en Brasil y México son alarmantes. ¿Será necesario hacer otro intento para encontrar una nueva síntesis entre la fe y la cultura?

Desarrollo Estabilizador 3


    ARTICULO DE LA JORNADA 


    Clement Attle, el líder del laborismo británico que ejerció el poder al final de la espantosa segunda guerra mundial, afinó los rasgos fundamentales del Welfare State (Estado benefactor, Estado del bienestar, Estado providencia, son algunas de las traducciones o de las descalificaciones provenientes del capitalismo salvaje, al concepto que, con tanta precisión, nos entrega la lengua inglesa) y, siguiendo el ejemplo de Franklin Delano Roosevelt, de algunos gobiernos escandinavos, de los partidos socialistas, socialdemócratas y algunos de los populares europeos, así como de Mustafa-Kemal Pacha, Ataturk, el modernizador de su país, el creador de un Estado laico que es el único posible en el mundo moderno en el seno de una sociedad partidaria del más brutal de los integrismos y, por lo tanto, feroz enemiga de esa tolerancia definida por Voltaire de la siguiente y magistral manera: "estoy en total desacuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo", echó a andar lo que unas décadas más tarde la señora Thatcher calificó como el Estado Robin Hood, es decir, el que robaba a los ricos para poder darles a los pobres y a los miserables.
    El régimen del general Lázaro Cárdenas amplió los distintos aspectos del Estado benefactor iniciado, con grandes problemas y mayores vacilaciones, por los gobiernos del general Calles y de los presidentes sujetos a su maximato. El Seguro Social, el fortalecimiento del sindicalismo, el concepto de la huelga concebida como un factor de equilibrio entre los factores de la producción, el Estado laico, la educación pública y gratuita y una especie de proletkult creado para promover la cultura académica y artística y para estrechar sus lazos con la popular, son algunos de esos aspectos de un Estado distribuidor del ingreso que muy pronto se malquistó con la gran empresa y se vio obligado a dar marcha atrás en algunas de sus conquistas, a hacer concesiones y, lo que es definitivamente grave, a abdicar en parte de sus obligaciones para con la justicia social. A pesar de los signos de los llamados nuevos tiempos, de la crítica neoliberal al Estado obeso y paternalista (patrimonialista le llamaban los críticos más sutiles), los regímenes de Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz mantuvieron vivos e inclusive incrementaron los principales rasgos del Estado providencia. Echeverría y López Portillo no renunciaron a ellos, pero sus excesos los dañaron seriamente. El tono gris del neoliberalismo nos cubrió después y la tecnocracia, cifras frías en ristre, patrocinó la crítica despiadada del paternalismo y, daltónica y negada a la percepción de los matices, cantó las loas al libre mercado y entonó el réquiem para el Estado providencia, asesinado, según ellos, por sus propias contradicciones, por su bondad mal administrada y su propensión a caer en los sueños de la utopía.
    Esta breve historia tal vez –no lo sé de fijo– pueda facultarnos para festejar la sobrevivencia del Estado benefactor y para encomiar la aparición de un conjunto de libros que tienden a mejorar la cultura popular y que cumplen con creces un aspecto de las obligaciones de un instituto nacido bajo el signo del Estado de bienestar y mantenido en vida contra el viento y la marea del capitalismo salvaje y de la llamada "racionalidad tecnocrática".









Desarrollo estabilizador, reflexiones

Otra reflexión aparecida en el Diario Milenio sobre el Desarrollo Estabilizador 



¿Realmente se quiere impedir la restauración?

Joel Ortega Juárez




La casi eterna ilusión en el carácter nacionalista y revolucionario del Estado mexicano ha postrado a las izquierdas oficiales casi un siglo.
Paradójicamente tanto los que se agrupan en torno al PRD y aliados, como los que se mantienen en el PRI, defienden la fantasía de un “modelo” social, político y económico que transformó al país en urbano. Olvidando que eso ocurrió a nivel mundial en el siglo XX. Es como si alguien se asombrara de la aparición de bello púbico en la adolescencia. Es decir algo “natural” es considerado singular.
Todo el proceso de desarrollo de México en el siglo pasado, sirvió para construir un “modelo” de capitalismo voraz y autoritario que se tradujo en índices de bienestar, como la vivienda, el empleo, la salud, la educación, la seguridad social la distribución de la riqueza y la democracia, por debajo de países semejantes como Costa Rica, Chile, Uruguay, Argentina y Brasil. Incluso en los mejores días del “desarrollo estabilizador” y de la “sustitución de importaciones”, el “milagro mexicano” solo sirvió para imponer una desigualdad inmensa.
Con gran tenacidad el echeverrismo tardío defiende ese “modelo” y aparentemente combate al “neoliberalismo”; considera que todo funcionaba bien hasta 1983, cuando los “tecnócratas” dieron un “golpe técnico”.
Lo increíble es que esa “izquierda” estatista —cuyo ideólogo magistral es Vicente Lombardo Toledano, quien sigue ganado batallas después de muerto— ha logrado imponer esa visión a la gran mayoría del movimiento social. Ello explica la enorme influencia de AMLO y antes la de Cuauhtémoc Cárdenas y por supuesto la del general Lázaro Cárdenas.
Por décadas no les importó la democracia. Era un asunto de “la reacción”, el “imperialismo” y los comunistas “sectarios” y “provocadores”, “aliados objetivos” de los “enemigos de México”. Lo importante era defender los “logros de la Revolución mexicana”.
A pesar de la fe estatista y autoritaria, se fue gestando un movimiento autónomo que paulatinamente se comprometió con la lucha democratizadora y sembró las ideas de autonomía en el movimiento social y político.
La genética estatista del lombardismo y ahora del echeverrismo tardío han colocado la carreta delante de los bueyes.
Para derrotar a la restauración priista no basta combatir la corrupción y las trampas electoreras.
Solamente una opción antiestatista, libertaria y autónoma del Estado, de la ideología de la Revolución Mexicana, evitará la restauración.


Desarrollo Estabilizador 2


¿Incluir a los excluidos?
La imposible reconstrucción
del Estado benefactorRaúl Zibechi
La doble apuesta de los gobiernos progresistas de América Latina –eliminar la extrema pobreza y la exclusión social, y volver a un Estado social protector de los más pobres– choca con las tendencias mundiales desatadas en los últimos 30 años
Ilustración de Gabriela PodestáLA INSTALACION DE GOBIERNOS progresistas en dos poderosos países de la región, Brasil y Argentina, permitió albergar esperanzas de concretar el ansiado viraje que permitiera salir del desastre neoliberal, lo que debería concretarse en políticas que permitieran superar, a largo plazo, los elevados niveles de pobreza extrema y exclusión social existentes en ambos países. El hecho de tratarse de grandes Estados, que pueden aplicar cuantiosos recursos a resolver o mitigar la cuestión social, levantó una oleada de optimismo en toda la región.
A diferencia del gobierno de Néstor Kirchner, que mantiene la asistencia mensual a los desocupados (unos 150 pesos, poco más de 50 dólares), el presidido por Luiz Inácio Lula da Silva ha sido capaz de articular un completo y complejo programa, Hambre Cero, para asistir a los más pobres y tratar de resolver tanto la extrema pobreza como la exclusión. Hambre Cero, subtitulado como "una propuesta política de seguridad alimentaria para Brasil", es un proyecto elaborado por un conjunto de ong, sindicatos, organizaciones populares, movimientos sociales y especialistas, durante un año de trabajo, y entregado al debate público en octubre de 2001 por el Instituto de la Ciudadanía.1
Alcances y límites
El programa del gobierno de Lula consiste en la aplicación de políticas estructurales permanentes y políticas compensatorias de emergencia. El segundo aspecto persigue "la intervención del Estado, de modo de incorporar al mercado de consumo de alimentos a aquellos que están excluidos del mercado de trabajo y/o que tienen una renta insuficiente para garantizar una alimentación digna a sus familias". El objetivo final de la combinación de ambas políticas es "incluir a los excluidos, dado que el acceso a la alimentación básica es un derecho inalienable de cualquier ser humano".
Las políticas estructurales contempladas en Hambre Cero buscan disminuir la vulnerabilidad alimentaria mediante el aumento de la renta familiar, la disminución de la desigualdad en los ingresos y la universalización de los derechos sociales. Para ello se propone generar empleo y renta, la reforma agraria, la universalización de la previsión social, el incentivo a la agricultura familiar y el apoyo a la alfabetización. Las políticas de emergencia están centradas en un cupón de alimentación de 50 reales mensuales por familia (unos 15 dólares) durante seis meses, prorrogables a 18, la donación de cestas básicas, el combate a la desnutrición materno-infantil, ampliación de la merienda escolar y programas de educación alimentaria y para el consumo.
El programa propone además un conjunto de políticas locales para ser implementadas por los estados y los municipios con apoyo de la sociedad civil, que van desde la creación de restaurantes populares hasta la puesta en marcha de un banco de alimentos y la modernización de los equipos de abastecimiento. El objetivo es llegar a 44 millones de personas, 28% de la población del país. Se consideran muy pobres a las personas que tienen ingresos menores a un dólar diario, la mitad de las cuales se concentran en el nordeste, y las familias beneficiarias son aquellas que tienen un ingreso menor a medio salario mínimo.
Un primer balance muestra que hasta octubre fueron atendidas más de un millón de personas y se entregaron 490 mil cestas básicas; se comenzó la compra directa y anticipada de productos de la agricultura familiar y se amplió considerablemente la merienda escolar y la asistencia materno-infantil, entre otras.
Más allá de las críticas por la demora en poner en marcha el plan, el Laboratorio de Políticas Públicas (lpp) –de la Universidad del Estado de Río de Janeiro– señala que Hambre Cero no debería ser afectado por los objetivos macroeconómicos negociados con el fmi, que suponen un superávit primario de 4.25% del producto. Apunta además, y esto parece fundamental, que la descentralización de las acciones puede entrampar al programa en las "prácticas de corrupción y clientelismo" extendidas entre las elites locales, y que la fragmentación de las acciones puede redundar en "un refuerzo de las desigualdades" ya que "los más pobres son los que más necesitan y son los que menos capacidad de respuesta tienen". En paralelo, se critica que el programa selecciona "clientelas por corte de renta basadas en ‘líneas de pobreza’", sin considerar que la pobreza tiene "territorios definidos" y que no pueden reducirse sólo y principalmente a la cuestión de los ingresos. Por último, señala que no garantiza el acceso universal a la salud, la alimentación y la nutrición materno-infatil, que deberían ser considerados no como políticas focalizadas sino como derechos sociales básicos, sobre todo para un gobierno que se reclama progresista.


http://www.jornada.unam.mx/2003/12/14/mas-cara.html