martes, 20 de noviembre de 2012

Desarrollo Estabilizador 3


    ARTICULO DE LA JORNADA 


    Clement Attle, el líder del laborismo británico que ejerció el poder al final de la espantosa segunda guerra mundial, afinó los rasgos fundamentales del Welfare State (Estado benefactor, Estado del bienestar, Estado providencia, son algunas de las traducciones o de las descalificaciones provenientes del capitalismo salvaje, al concepto que, con tanta precisión, nos entrega la lengua inglesa) y, siguiendo el ejemplo de Franklin Delano Roosevelt, de algunos gobiernos escandinavos, de los partidos socialistas, socialdemócratas y algunos de los populares europeos, así como de Mustafa-Kemal Pacha, Ataturk, el modernizador de su país, el creador de un Estado laico que es el único posible en el mundo moderno en el seno de una sociedad partidaria del más brutal de los integrismos y, por lo tanto, feroz enemiga de esa tolerancia definida por Voltaire de la siguiente y magistral manera: "estoy en total desacuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo", echó a andar lo que unas décadas más tarde la señora Thatcher calificó como el Estado Robin Hood, es decir, el que robaba a los ricos para poder darles a los pobres y a los miserables.
    El régimen del general Lázaro Cárdenas amplió los distintos aspectos del Estado benefactor iniciado, con grandes problemas y mayores vacilaciones, por los gobiernos del general Calles y de los presidentes sujetos a su maximato. El Seguro Social, el fortalecimiento del sindicalismo, el concepto de la huelga concebida como un factor de equilibrio entre los factores de la producción, el Estado laico, la educación pública y gratuita y una especie de proletkult creado para promover la cultura académica y artística y para estrechar sus lazos con la popular, son algunos de esos aspectos de un Estado distribuidor del ingreso que muy pronto se malquistó con la gran empresa y se vio obligado a dar marcha atrás en algunas de sus conquistas, a hacer concesiones y, lo que es definitivamente grave, a abdicar en parte de sus obligaciones para con la justicia social. A pesar de los signos de los llamados nuevos tiempos, de la crítica neoliberal al Estado obeso y paternalista (patrimonialista le llamaban los críticos más sutiles), los regímenes de Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz mantuvieron vivos e inclusive incrementaron los principales rasgos del Estado providencia. Echeverría y López Portillo no renunciaron a ellos, pero sus excesos los dañaron seriamente. El tono gris del neoliberalismo nos cubrió después y la tecnocracia, cifras frías en ristre, patrocinó la crítica despiadada del paternalismo y, daltónica y negada a la percepción de los matices, cantó las loas al libre mercado y entonó el réquiem para el Estado providencia, asesinado, según ellos, por sus propias contradicciones, por su bondad mal administrada y su propensión a caer en los sueños de la utopía.
    Esta breve historia tal vez –no lo sé de fijo– pueda facultarnos para festejar la sobrevivencia del Estado benefactor y para encomiar la aparición de un conjunto de libros que tienden a mejorar la cultura popular y que cumplen con creces un aspecto de las obligaciones de un instituto nacido bajo el signo del Estado de bienestar y mantenido en vida contra el viento y la marea del capitalismo salvaje y de la llamada "racionalidad tecnocrática".









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